PAJARO VERDE. AUTORA: Leonora Acuņa de Marmolejo
PAJARO VERDE
PÁJARO
VERDE *
Por: Leonora
Acuña de Marmolejo
Se llamaba Efrén. Llegó
a una invasión de casuchas y toldos, a los arrabales de Cali
huyendo de la
violencia de Sevilla la que comandaban los bandoleros apodados “Zorroviejo”, y
“Tominejo” respectivamente,
quienes por los sangrientos delitos que cometían, sembraban el
pavor y la
desolación en aquellas tierras.
A la postre, Efrén tenía
unos sesenta años de edad; era alto,
flaco, enjuto y chuchumeco, y tenía unos ojos verdosos de mirada
húmeda a
consecuencia de la fiebre de tuberculosis que lo devoraba. Llegó
acompañado de
una mujercita mucho más joven que él, la que por su edad,
bien podría haber sido su hija;
trigueña, menuda,
desgreñada y flaca; sumida en un hermetismo inexpugnable, quien
traía consigo a
su hijita, una pequeña niña de unos nueve años -que no era hija de Efrén-, también
flaca y de
aspecto descuidado, con una mirada evasiva de temor y timidez.
Cuando la gente del
conglomerado se dio
cuenta de que este hombre era un desvergonzado chulo, empezó a
hacerle la
chacota y lo bautizaron con el mote de
Pájaro Verde. Por su inicuo proceder tan abusivo hacia su
compañera y hacia
la niña, este hombre era realmente despreciable…
Por aquella época los
habitantes muy pobres y desposeídos optaron por invadir terrenos
de propiedad
particular, o terrenos que eran ejidos municipales. Allí, en un
santiamén, de
la noche a la mañana y sin recursos
de
ninguna clase levantaban sus toldos. El gobierno les ordenaba desalojar
los
terrenos invadidos, pero ellos rehusaban hacerlo. Entonces las
autoridades en
asocio con el ejército, mandaban a desalojar por la fuerza las
tierras
invadidas. Mas a los pocos días los
invasores regresaban a levantar sus tabucos y
cochitriles en donde vivían promiscuamente
en condiciones infrahumanas en esa maraña de cobachas
construídas en su mayoría
con desperdicios de demoliciones, y cubiertas con hojas de
latón, o de
palmiche.
Las calles de estas invasiones
sin Dios ni ley, eran trazadas al capricho y antojo
de sus habitantes; no existían cañerías de
aguas negras, ni luz eléctrica, ni servicio de agua potable.
Sobra decir
que en
tan deplorables condiciones, las
epidemias proliferaban y morían muchos niños y ancianos.
Esto sucedía hasta
cuando las autoridades ya no podían más con esta
anómala situación en la cual
los invasores invocando su pobreza extrema, se negaban a abandonar los
predios
invadidos. El gobierno entonces, tratando de favorecerlos, y previo
arreglo con
los propietarios de los predios y con el mismo tesoro y
administración
municipales, trataba de hacer un arreglo vendiendo a los más
pudientes las parcelas bajo hipoteca y a
muy largo plazo, y
bajos precios. Quienes por sus condiciones realmente críticas no
podían entrar en esta providencia,
se las arreglaban
vendiendo a otros, lo que ellos -dolosa y
abusivamente- terminaron por llamar el “derecho de
posesión”. En estas
condiciones el municipio en asocio y acuerdo con la Oficina de
Planeamiento
hacía el trazado correcto de las calles y les proveía
servicios de
alcantarillado, alumbrado eléctrico, y agua potable.
En aquella invasión había
mozalbetes desocupados que se apostaban en las esquinas a vivir
ociosamente y a
hostigar con piropos a cuanta mujer pasaba por allí. Fumaban
marihuana, y
vivían del robo y del embuste.
Estas circunstancias, vinieron como
anillo al
dedo para Pájaro Verde
quien ladinamente visualizó un
“modus vivendi”, explotando a
esta humilde hembra infamemente
enyugada a él. Para lograr sus
propósitos, por las noches
hacía que esta pobre mujer se
maquillara
muy vistosa y se vistiera lo mejor
posible dentro de sus casi harapos, y de esta manera la
obligaba a pararse en las esquinas que él
eligiera -regularmente cerca a las cantinas- para llamar la
atención de los
hombres, mientras él se apostaba a cierta distancia
haciéndose el disimulado y esperando
a que ella arreglara la cita en su cuchitril. Así pues, de
manera tan
deplorable e infame y en contra de su voluntad,
la convirtió en una prostituta nochera, en “una
changadora”, en una
verdadera “flor de fango”…
La mujer bastante joven, aunque era muy flaca, aún conservaba un
cuerpo de formas muy atractivas. Tenía una cara agradable de
mirada apacible en
donde jugaba un triste gesto de perro apaleado. Prontamente
Pájaro Verde se dio
cuenta de que en favor de su holgazanería, la joven le
representaba un negocio
cómodo y productivo, y se le abrió la ambición.
Cuando el cliente del momento,
tras de saciar su sed de lujuria con aquella famélica mujer se
retiraba luego
de dejarle la paga acordada, Pájaro Verde -quien regularmente
esperaba sentado
afuera en la acera de la vivienda-, caía
sobre ella arrebatándole el dinero que se había ganado
prostituyéndose bajo el
capricho de su cliente de turno, y sin dejarle casi ni para comer, se iba a gastarlo en licor en las cantinas
aledañas,
mientras Hermencia (como así se llamaba su mujer) y Rosesilda su
hijita se
debatían entre las más arrebatadoras hambrunas.
Así pasaba el tiempo
hasta cuando un día al anochecer Hermencia sintiéndose
enferma, debatiéndose en
un mortal marasmo, se negó a salir a ganarse la vida a la que
este hombre
abusivamente la orillaba. Entonces Pájaro Verde convirtiendo la
situación en un
verdadero pandemonio, en un arrebato de
furia y fuera de sí, le propinó una soberana paliza
más fuerte aún que las que
frecuentemente la asestaba para someterla bajo sus caprichos. En esta
ocasión
la mujer no se repuso como
en otras ocasiones. El malvado hombre pensó socarronamente, que
esto pasaría
prontamente y que ella atemorizada por sus amenazas de muerte, se
incorporaría
e iría de nuevo a las esquinas de la infamia.
Aquel día Efrén en
desespero y como
poseído diabólicamente, terminó
propinándole azotes también a la pequeña
Rosesilda cuando ésta -intuyendo la crítica y peligrosa
situación en que se
encontraba su madre-, empezó a dar
alaridos de espanto tras verla inmóvil en ese estado
agónico, con los ojos
morados y el cuerpo totalmente lacerado y ensangrentado. A pesar de las
frecuentes y despiadadas palizas que su padrastro le propinaba a su
madre, la
pequeña nunca antes había presenciado una tunda tan
salvaje como
esa.
Aquella nefasta noche, Pájaro
Verde esperó pacientemente allí en su sombrío
cambucho mientras masticaba un
pucho de tabaco, a que aquella mujer diera muestras
de arrepentimiento y de mansedumbre como solía ocurrir bajo el
sometimiento aprendido, mas todo fue en vano: Hermencia no se
incorporó más de
su camastro… Todavía este proxeneta -pensando en que ella
quizás se fingía
dormida-, la sacudió violentamente, y aunque
tuvo el presentimiento de que estaba
muerta,
la violó en frente de su pequeña hija; la violó
salvajemente afiebrado y
enloquecido por la rabia y la frustración;
y empavorecido por el desespero al pensar que si esta moría, él no tendría la
cómoda fuente de sustento que ella
representaba para él. Mas
todo fue en vano: a esa hora, y en tan macabras condiciones, Pájaro Verde había violado un
cadáver: ya la
mujer había
fallecido y no sólo por
los golpes: ¡Más que todo por
inanición!
Fue entonces cuando el
verdugo asustado, huyó a las estrechas calles, aquellas calles
que habían sido
testigos de su infamia de vender a esta pobre mujer indefensa y
desvalida,
por quien él no
sentía amor; por
quien él no tenía ni el más leve asomo de
respeto, y ni siquiera un
ápice de conmiseración.
Al saberse por Rosesilda
-quien salió a la calle a gritar empavorecida sobre el triste
desenlace de esta
dramática situación-, que su madre había muerto; y
tras de ella informar agitadamente sumida
en incontenible
llanto sobre las dolorosas y abusivas
condiciones en que había
ocurrido
su deceso, se armó una turbamulta que enfurecida persiguió
al verdugo con saña
y con rencor; más aún al saberse por
boca de la niña, que también ella era victima de
frecuentes violaciones por
parte de este monstruo humano.
Es de entender que ante
las circunstancias del momento, y como es natural, Rosesilda estaba también
al borde de la
desesperación y el desconsuelo al sentirse huérfana y
totalmente desamparada sin
saber cómo
podría sobrevivir después de
todo. Era
pues éste un cuadro macabro de dolor, de angustia, y de
desolación.
La turbamulta persiguió
al infame Pájaro Verde a través de los sombríos
vericuetos de las estrechas callejuelas
por donde él se
metía buscando amparo y refugio como
un animal acorralado, hasta el momento en el que dando un
traspié, cayó. Ya
estaba decrépito, minado y sin
fuerzas debido
a la tuberculosis que lo carcomía. Como
siempre, se encontraba barbado, sucio y
maloliente. La turba enfurecida le dio de palos sin conmiseración
y con sevicia. Estando aún vivo
y debatiéndose entre los estertores de la muerte,
lo descuartizaron, le sacaron los
intestinos y los izaron en una guadua alta: así lo fueron
martirizando
friamente y con fiereza hasta cuando agonizó.
Para escarmiento, izaron
el corazón aún caliente, de otra guadua más alta y
así todas las vísceras quedaron
expuestas al público aterrorizado, que atónito e
incrédulo presenciaba hasta dónde
puede llegar la saña de los seres humanos exaltados ante un crimen de tal envergadura como el que
cometió este
hombre quien rebasó los límites de la crueldad, el abuso
y la depravación. La
turba era haragana, mas aún conservaba un resquicio de moral.
Es de anotar que este
hecho marcó tristemente la invasión, que en adelante fue
vulgarmente apodada, “La
invasión de sangre” a donde ni siquiera los taxistas
querían allegarse para
dejar a los pasajeros que solicitaban sus servicios…
* Del libro
“Fantavivencias de mi Valle”. 2012
Ed. René Mario